sábado, junio 10, 2006

LA VIDA DESPUES DE LA MUERTE




Con especial reconocimiento a mi amigo y hermano Pedro Romaniuk*, investigador, escritor, conferencista, quien ha experimentado en su propio ser la apasionante aventura de traspasar el umbral de la vida y regresar luego a nuestro mundo para informarnos sobre esa realidad que existe a pesar de ser invisible a nuestros ojos físicos...



Corría la década del setenta. Eran tiempos tumultuosos en la región. La muerte estaba constantemente como tema central en la tapa de los diarios y revistas. Comenzaron a difundirse estudios e investigaciones muy importantes sobre un asunto que, tal como expliqué anteriormente, estaba en la mente de todos nosotros: la muerte.

Primero fueron noticias sueltas dadas en informativos radiales o algunos recuadritos en los diarios. Más tarde, ya instalado el tema masivamente, aparecieron artículos completos en revistas, para dar paso a libros muy bien producidos y documentados. También se rodaron películas que encaraban científicamente ese aspecto tan delicado de nuestra existencia. La televisión proyectó documentales provenientes de las naciones más desarrolladas, ampliando la información que hasta entonces había llegado a nosotros. Se organizaron conferencias colmadas de espectadores deseosos de enterarse qué se sabía de nuevo respecto del Más Allá.

Cuando aún la explosión informativa no había acontecido, las personas que habían experimentado sucesos de muerte y resucitación evitaban hablar en público sobre el particular, por temor al ridículo o a ser tildados de dementes. Sin embargo, dentro de las instituciones de investigación acontecía todo lo contrario, pues las experiencias eran tratadas con absoluta seriedad y reserva, condiciones que incentivaban el sinceramiento de los individuos que habían traspuesto el límite de la vida y retornado a este nivel de existencia.

Fue durante una reunión organizada por cierta institución de estudio e investigación de la que yo era miembro, a la que asistimos más de mil setecientas personas bajo promesa de reserva, que conocí a uno de los sujetos más creíbles, quien nos narró su propia experiencia de muerte y retorno.

Los datos de la persona no puedo mencionarlos, pero estoy autorizado a decir que en esa época era Ingeniero Jefe de un área muy importante en una empresa petrolera. Lo que sigue es el relato que escuchamos de boca de ese Ingeniero.



Desde muy pibe me caractericé por desconfiar de todos y todo, no sé por qué, pero lo cierto es que mi escepticismo incluía a Dios y por supuesto a lo no comprobable por métodos científicos. No creía en el alma ni en la trascendencia del ser más allá de la vida terrenal. Así crecí y construí mi personalidad. Recuerdo que no pocas personas me acusaron de cínico, frío y carente de sentimientos. Me parece que quienes pensaban esas cosas de mí no estaban muy desacertados.

Al poco rato de ingresar como peón a la empresa me gané varios enemigos, incluso entre mis pares, por mi actitud altanera y mi escasa o nula predisposición a aceptar con humildad órdenes o sugerencias. Llegué a estar al borde del despido, algo que muy probablemente se hubiera concretado de no haberme sucedido lo que voy a contarles.

Estaba en lo alto de la plataforma marina de sondeo donde cumplía mis tareas, cuando el oleaje se convirtió en un rock cada vez más frenético y peligroso. Un embate rudo y seco del agua inclinó varios grados la estructura, provocando mi caída desde una altura muy considerable. Supe que si no hacía nada me estrellaría contra la superficie de la plataforma, así que moví brazos y piernas para ladearme todo lo posible, logrando de esa manera caer en el océano. Fue un golpe terrible del que sólo recuerdo el vértigo y el ruido.

Cuando desperté, en una cama de terapia intensiva, escuché a alguien murmurar muy quedamente: —¡Gracias, Dios mío, gracias por devolverle la vida, gracias por escuchar mis ruegos!

Luego volví a caer en el sopor.

Ya bastante recuperado y con mis ojos abiertos, una enfermera muy amable y maternal me explicó que había poca iluminación en la sala para evitarme inconvenientes en la vista, ya que durante unos días estaría yo muy sensible a las luces y sonidos fuertes. Comunicó a los demás integrantes del cuerpo médico la novedad de mi estado de salud y al momento aparecieron todos a visitarme.

Me tocaban, palmeaban y decían palabras de alegría y aliento que jamás olvidaré. En ese instante necesité pedirles que por favor se callaran un poco. Me miraron comprensivos, imaginando que quizás sus voces habían afectado mis oídos, pero inmediatamente les aclaré el porqué de mi pedido: —No me molestan, todo lo contrario. Es que deseo escuchar una voz en particular. Por favor, de a uno díganme cómo son sus nombres y apellidos.

Los fui escuchando a medida que se presentaban y agradeciéndoles individualmente lo que habían hecho por mí, hasta que el último, que resultó ser el médico jefe, me habló con la misma voz que había musitado aquella oración de gratitud tan hermosa que había impactado en mi alma. Me emocioné hasta las lágrimas y casi afónico le pedí que se acercara y me diera su mano. Él lo hizo así inmediatamente, sin imaginar que yo le besaría ambas manos. Quiso apartarlas, por humildad, pero yo las retuve y volví a besarlas varias veces, mientras le decía: —¡Gracias, muchas gracias!

Desconcertados y emocionados por mi actitud, todos me rodearon y llenaron de amor y ternura, mientras sus voces me instaban a tener confianza y esperar unos días para mi restablecimiento total. Entonces les pedí que me contaran qué había sucedido a partir de mi contacto con el agua y la internación en el hospital. Esto fue más o menos lo que me explicaron:

“El agua estaba a menos de cinco grados por debajo del nivel cero. Usted cayó de cabeza y costado, golpeando secamente con el hombro izquierdo, lo que le provocó la fractura de clavícula. Al perder el conocimiento su cuerpo se sumergió hasta una profundidad de casi veinte metros, donde las corrientes internas lo salvaron de hundirse más. Sus compañeros del grupo de emergencias lo rescataron lo más rápido que pudieron, pero recién lo sacaron a la superficie luego de aproximadamente veinticinco minutos. Quiere decir que usted estuvo sin recibir oxígeno todo ese tiempo.

“Pero eso no es lo más notable, mi amigo. Lo llamativo del caso es que clínicamente usted falleció. Cuando lo asistimos en la ambulancia usted estaba muerto y recién acá en el hospital pudimos revivirlo, pero entre el tiempo que pasó hundido y lo que nos llevó traerlo hasta acá y culminar las maniobras de resucitación transcurrieron aproximadamente cuarenta y cinco minutos. Casi abandonamos el intento, pero algo nos hizo continuar a pesar de no recibir señales de reacción de su parte. Imagínese cuando notamos que le había vuelto el pulso”.

Bueno, ¿cómo explicar lo que sentí al escuchar el relato de los médicos? Les agradecí y les pregunté si estaban preparados para oír mi propia versión al respecto. Recuerdo que el médico jefe levantó las cejas como diciéndome “¿Qué historia puede usted contarnos, si estaba clínicamente muerto?”

Me dijeron que sí, que tenían muchos deseos de escucharme, de modo que me acomodé en la cama para poder verlos a los ojos a todos y relaté lo siguiente:

“No sentí dolor al golpearme. Apenas sí el vértigo de la caída y la sensación de hundirme en el agua. Inmediatamente me encontré de pie ante un paisaje que jamás había visto. Todo estaba iluminado con una luz blanca y pareja que no proyectaba sombras. Era muy potente pero no me encandilaba. Me pareció que esa luz se metía en mi cuerpo y yo pasaba a ser parte de ella. De pronto advertí unas formas en el horizonte, al final de esa especie de sendero blanco. Al principio no pude darme cuenta de qué se trataba, mas al cabo de unos instantes la visión se hizo más clara y entonces sentí una de las más grandes emociones de mi vida, pues allí estaban, entre otras personas que nunca había visto, mi abuelo y mi tío, estos últimos fallecidos hacía bastante tiempo.

“Mi abuelo se acercó a mí sin decirme nada. Me miró con alegría y ternura. Quise preguntarle algo y él se me adelantó diciéndome: —Sí, soy yo. No estás soñando. En este momento estás más despierto que nunca.

—¿Estoy muerto, abuelo? ¿Por eso es que puedo verte?

“En eso se acercó mi tío. Estaba tan jovencito como cuando había partido de este mundo. Era el hermano menor de mi mamá. Fue mi primer amigo y confidente. Me llevaba apenas diez años y por eso creo que me había adoptado como hermano menor más que sobrino. Jugaba conmigo largas horas y siempre me traía de regalo alguna golosina o chiche. Una infección no detectada a tiempo arrasó con su vida y me lo robó. Creo que fue entonces cuando perdí la confianza en todo y me convertí en un escéptico feroz.

—¿Cómo estás, hermanito? ¿Así que no creías más que en lo que podías ver y tocar? ¿Y ahora qué pensás?

“Lo escuché decirme esas frases con su eterno tono alegre y amigable y una gran paz me envolvió. Con emoción le respondí: —Estaba equivocado, tío. Ahora me doy cuenta. Lástima que tuve que morir para saberlo.

—¿Quién te dijo que estás muerto? Apenas estás viendo el umbral. De alguna manera estás entre uno y otro estado de existencia, ¿comprendés?

“Escuché asombrado la explicación de mi tío, mientras mi abuelo me miraba con una sonrisa en sus labios. Entonces pregunté: —Si no estoy muerto, ¿cómo es que puedo verlos a ustedes?

—Acabo de explicártelo. Para ver más allá de tu estado terrenal no hace falta morir. Muchos seres encarnados pueden visitarnos con sus mentes y almas y ellos saben que existe vida después de ese pasaje al que casi todos temen, me refiero a la muerte.

“¡Qué alivio sentí en ese momento! Comprendí que había mucho más aparte de las cosas pequeñas y efímeras del mundo tridimensional. Estaba tan a gusto que quería quedarme allí para siempre.

“Supongo que mi tío de alguna manera supo lo que yo estaba pensando, porque me dijo: —No, hermanito. Ahora no podés quedarte, todavía tenés mucho por hacer. No es cuestión de venir acá porque se está mejor que allá.

—¿Significa que volveré a la Tierra? ¿Y no podré verlos más hasta que muera? ¿Y me olvidaré de esto que ahora estoy viviendo?

“Con la misma risa contagiosa que alegrara mis días de niñez, mi tío me sugirió que me tranquilizara y le formulara una pregunta a la vez.

—Está bien, tío. Tenés razón, me estoy portando como un chico, pero es que esto es increíble y necesito saberlo todo.

—No, hermanito. Ahora no vas a saber todo. Conformate con llevarte de acá algo que pocos seres humanos tienen oportunidad de recibir. Creo que es suficiente. Lo demás te compete a vos.

—Una pregunta, entonces, tío. Esta sí tenés que respondérmela.

“Mi tío volvió a mirarme con ese gesto tan tierno de hermano mayor y me dijo: —Te escucho. Pero apurate porque me parece que se te está terminando el tiempo.

“No comprendí bien el alcance de sus palabras, porque mi atención estaba puesta en la pregunta que me quemaba por dentro: —Entonces, tío, ¿Dios existe? ¿Ustedes lo pueden ver?

—Hermanito, ¿acaso querés verlo a Dios como si fuera una persona con forma y dimensiones humanas? ¡Claro que existe! ¿Y sabés dónde está?

“Esperé con ansiedad su explicación. Él se acercó un poco más a mí, adelantó sus manos, abrió las palmas y con vigor me tocó el pecho, empujándome, mientras me decía: —Ahí está Dios, hermanito. No lo dudes, sobrino. Él está dentro de tu ser.

“Me sentí caer hacia atrás como si una ráfaga me absorbiera. Una especie de trueno grave y ensordecesor se coló en mis oídos aturdiéndome. De pronto sentí frío, humedad y dolor. Me pareció que otra vez estaba en mi cuerpo y me esforcé en abrir los ojos hasta lograrlo a medias. Fue entonces que lo escuché a usted, doctor, darle gracias a Dios por mi retorno a la vida.”



Puedo agregar que este Ingeniero llegó a cursar su carrera debido a los cambios que se suscitaron en su interior a partir de la experiencia de muerte y retorno que acabamos de leer. Se convirtió en una persona humilde y generosa. Sus superiores y compañeros no podían dar crédito a semejante metamorfosis. Al poco tiempo de reintegrarse a su trabajo fue promovido a un cargo más alto y sus jefes le aconsejaron estudiar, sugerencia que agradeció y puso en práctica inmediatamente. Luego de recibido con altas calificaciones, la empresa lo nombró asistente técnico de una de las gerencias más importantes, hasta que al cabo de pocos años fue designado Ingeniero Jefe de una de las áreas más relevantes de la compañía.

Se dedicó, aparte de sus funciones laborales, a difundir, junto a otras personas comprometidas con la misma misión, su experiencia más allá de la muerte, para que sepamos la verdad sobre tan misterioso aspecto de nuestra existencia. Hoy es un creyente absoluto y no duda de la existencia de Dios, sin por ello atarse a ninguna religión en especial, pues ÉL está en todos los seres...



(*) Pedro Romaniuk sufrió un impresionante accidente aéreo cuando era piloto militar, hace de ello varios años, quedando su cuerpo en tierra fracturado en varias partes y sin vida. Luego de un lapso impreciso retornó a esta existencia y desde ese instante se esforzó en investigar y difundir todo lo concerniente a la vida después de la muerte.

Textos e ilustración:
J. E. M.

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