EL ENCUENTRO NOS HACE BIEN
El arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Mario Bergoglio, instó a los argentinos a deponer esta "cultura del desencuentro" cuyas pasiones, enemistades y conflictos "nos enfrentan, nos deshermanan y nos aíslan".
"El encuentro nos hace bien porque diariamente respiramos desencuentros", señaló el prelado porteño el sábado a la noche al presidir los ritos de la Vigilia Pascual en la Catedral Metropolitana.
Expresó su dolor porque “nos hemos acostumbrado a vivir en la cultura del desencuentro, en la que nuestras pasiones, nuestras desorientaciones, enemistades y conflictos nos enfrentan, nos deshermanan y nos aíslan”.
Alertó sobre "un individualismo estéril que se nos propone como camino de vida todos los días".
Criticó a quienes pretenden excluir a Dios de la sociedad y la vida de los argentinos.
"La propuesta cultural del paganismo actual en el mundo y en la ciudad, nos quiere solos, quietos, al final de un camino de ilusión que se transforma en sepulcro, muertos en nuestra frustración y egoísmo estériles", dijo el primado, citando el ejemplo evangélico de las mujeres en soledad delante del sepulcro.
Agregó que los argentinos "necesitamos hoy que la fuerza de Dios nos conmueva, que haya un gran temblor de tierra, que un Ángel haga rodar la piedra en nuestro corazón, esa piedra que impide el camino, que haya relámpago y mucha luz".
"Necesitamos que nos sacudan el alma, que nos digan que la idolatría del quietismo culturoso y posesivo no da vida".
"Después de ser sacudidos por tantas frustraciones, necesitamos volver a encontrarlo a Él y que nos diga: No teman, pónganse de nuevo en camino, vuelvan a la Galilea del primer amor".
"Hermanos, las felices Pascuas que les deseo es que hoy algún Ángel haga rodar la piedra y nos dejemos encontrar con Él", dijo al concluir.
Palabras sabias, exactas, que pintan la patética realidad que nos está consumiendo y convirtiendo en estatuas de sal.
Un hombre de la Iglesia que se compromete y dice lo que debe decir, pese a que su discurso no es “políticamente correcto”.
En la vereda de enfrente están los que reabrieron las brechas del enfrentamiento en nuestro país para lograr sus propósitos sectarios.
Éramos un pueblo en camino al reencuentro entre hermanos, ansioso de construir una sociedad tolerante y pluralista que nos permitiera crecer en conjunto. Hoy somos cuarenta millones de individuos, cada vez más alejados unos de los otros. Individualidades perdidas en un mar de soledad que nos tragará a todos si no reaccionamos a tiempo.
Los artífices del desencuentro, de la atomización, son esclavos del odio que alimentan en sus almas y que cada día les cuesta más disimular. El odio es una enfermedad implacable que destruye moralmente a las personas, apartándolas de la normal convivencia y del mutuo respeto que toda sociedad necesita para evolucionar.
En estos últimos días hemos escuchado de boca de un agresivo e intolerante dirigente piquetero, la palabra “odio”, repetida a cada instante como mazazos contra los principios de igualdad sostenidos por la Constitución Nacional.
Odio al que piensa diferente; odio al que tiene distinto color de piel; odio al que proviene de otro estamento social; odio al que posee dinero; odio al que se atreve a opinar o manifestar en libertad su disconformidad con los actos de gobierno; odio, odio, odio.
¿De dónde emana tan fétido sentimiento que contamina todos los escalones de la sociedad?
Observemos y escuchemos atentamente. Los gestos y palabras de algunas personas nos indicarán quiénes son portadores y generadores del odio en nuestro país
El reencuentro que la mayoría de los ciudadanos anhelamos es posible. Pero si dejamos perder esta oportunidad, seguramente el futuro estará sembrado de dolorosas espinas, y Argentina quedará muy atrás comparada con las demás naciones del planeta
Si juntamos los trozos dispersos de nuestra sociedad y unidos reclamamos que nos devuelvan el país que alguna vez disfrutamos, sin duda daremos un salto histórico en dirección a la Felicidad sin excluidos...
Mara Cattáneo
"El encuentro nos hace bien porque diariamente respiramos desencuentros", señaló el prelado porteño el sábado a la noche al presidir los ritos de la Vigilia Pascual en la Catedral Metropolitana.
Expresó su dolor porque “nos hemos acostumbrado a vivir en la cultura del desencuentro, en la que nuestras pasiones, nuestras desorientaciones, enemistades y conflictos nos enfrentan, nos deshermanan y nos aíslan”.
Alertó sobre "un individualismo estéril que se nos propone como camino de vida todos los días".
Criticó a quienes pretenden excluir a Dios de la sociedad y la vida de los argentinos.
"La propuesta cultural del paganismo actual en el mundo y en la ciudad, nos quiere solos, quietos, al final de un camino de ilusión que se transforma en sepulcro, muertos en nuestra frustración y egoísmo estériles", dijo el primado, citando el ejemplo evangélico de las mujeres en soledad delante del sepulcro.
Agregó que los argentinos "necesitamos hoy que la fuerza de Dios nos conmueva, que haya un gran temblor de tierra, que un Ángel haga rodar la piedra en nuestro corazón, esa piedra que impide el camino, que haya relámpago y mucha luz".
"Necesitamos que nos sacudan el alma, que nos digan que la idolatría del quietismo culturoso y posesivo no da vida".
"Después de ser sacudidos por tantas frustraciones, necesitamos volver a encontrarlo a Él y que nos diga: No teman, pónganse de nuevo en camino, vuelvan a la Galilea del primer amor".
"Hermanos, las felices Pascuas que les deseo es que hoy algún Ángel haga rodar la piedra y nos dejemos encontrar con Él", dijo al concluir.
Palabras sabias, exactas, que pintan la patética realidad que nos está consumiendo y convirtiendo en estatuas de sal.
Un hombre de la Iglesia que se compromete y dice lo que debe decir, pese a que su discurso no es “políticamente correcto”.
En la vereda de enfrente están los que reabrieron las brechas del enfrentamiento en nuestro país para lograr sus propósitos sectarios.
Éramos un pueblo en camino al reencuentro entre hermanos, ansioso de construir una sociedad tolerante y pluralista que nos permitiera crecer en conjunto. Hoy somos cuarenta millones de individuos, cada vez más alejados unos de los otros. Individualidades perdidas en un mar de soledad que nos tragará a todos si no reaccionamos a tiempo.
Los artífices del desencuentro, de la atomización, son esclavos del odio que alimentan en sus almas y que cada día les cuesta más disimular. El odio es una enfermedad implacable que destruye moralmente a las personas, apartándolas de la normal convivencia y del mutuo respeto que toda sociedad necesita para evolucionar.
En estos últimos días hemos escuchado de boca de un agresivo e intolerante dirigente piquetero, la palabra “odio”, repetida a cada instante como mazazos contra los principios de igualdad sostenidos por la Constitución Nacional.
Odio al que piensa diferente; odio al que tiene distinto color de piel; odio al que proviene de otro estamento social; odio al que posee dinero; odio al que se atreve a opinar o manifestar en libertad su disconformidad con los actos de gobierno; odio, odio, odio.
¿De dónde emana tan fétido sentimiento que contamina todos los escalones de la sociedad?
Observemos y escuchemos atentamente. Los gestos y palabras de algunas personas nos indicarán quiénes son portadores y generadores del odio en nuestro país
El reencuentro que la mayoría de los ciudadanos anhelamos es posible. Pero si dejamos perder esta oportunidad, seguramente el futuro estará sembrado de dolorosas espinas, y Argentina quedará muy atrás comparada con las demás naciones del planeta
Si juntamos los trozos dispersos de nuestra sociedad y unidos reclamamos que nos devuelvan el país que alguna vez disfrutamos, sin duda daremos un salto histórico en dirección a la Felicidad sin excluidos...
Mara Cattáneo