sábado, febrero 24, 2007

MAS ECOS DE “CUANDO MUEREN LAS PALABRAS...”

Ex discípulas muy queridas, a las que cuando yo era su profesora les exigía prestar especial atención al uso del lenguaje, se comunicaron telefónicamente conmigo para invitarme a leer el artículo “CUANDO MUEREN LAS PALABRAS...”, publicado en el blog Sol del Sur...

“¿Qué es un blog?”, les pregunté con el mismo tono de una niñita de tres años –aunque ya he cumplido setenta y cinco–, reconociendo humildemente mi absoluta ignorancia al respecto, recibiendo de “las chicas” una explicación tan entusiasta que me contagiaron su estado de ánimo y, sin pensarlo dos veces, accedí a visitarlas al otro día.

Mis cuatro jóvenes amigas ejercen como docentes, una de ellas es Directora, en el mismo establecimiento donde años atrás tuvieron que soportarme como profesora. El despacho del Administrador cuenta con una computadora muy impresionante –por lo menos así me ha parecido– que es utilizada también por la Directora y algunos profesores. En una pantalla plana y chata que me sorprendió muchísimo, me hicieron ver los contenidos del blog Sol del Sur y pude leer, al fin, el artículo “CUANDO MUEREN LAS PALABRAS...”

Al concluir la lectura quedé tan chocada que no emití palabra alguna. Releí el texto completo y sentí que no podía resignarme a ser una mera observadora, pues algunas cosas tengo para aportar después de tantos años de dedicación a la enseñanza y perfeccionamiento de la Lengua. Cuando se los comenté a mis amigas, ellas lanzaron una carcajada a coro que me descolocó un poco, hasta que me explicaron que se reían porque desde el momento de comunicarse por teléfono conmigo habían intuido que cuando yo leyera el artículo no podría contener el impulso de decir algo al respecto.

Me costó decidirme, pero gracias a Dios pudo más mi deseo de expresarme que el temor de hacerlo por vez primera a través de un sitio público en Internet.


RECUPEREMOS EL DOMINIO DEL LENGUAJE

Quiero iniciar mi comentario felicitando a la autora del artículo que ha motivado mi intervención, Prof. Victoria Noemí Carvallo, por su excelente pintura de una anomalía que nos tiene en jaque a la mayor parte de los habitantes del país.

Recuerdo que éramos un pueblo culto. No todos podían acceder al sistema educativo regular, pero a pesar de esa limitación la gente se esforzaba por actuar con decoro y respeto.

Un día el pueblo trabajador pudo integrarse al sistema que hasta entonces le había estaba vedado. Miles de niños, adolescentes y jóvenes colmaron las aulas de las escuelas primarias y secundarias. También se habilitaron escuelas para adultos. Ocurrió durante la presidencia de Juan Domingo Perón.

Una palabra muy mezquinada por los políticos de otrora fue abriéndose camino hasta instalarse en el vocabulario común de la gente: Dignidad.

Y para sostener y reforzar esa dignidad recién conquistada se reformularon todos los programas de estudio, llegando nuestro país a convertirse, sin habérselo propuesto, en referente cultural y educativo de las naciones hermanas que nos rodean.

Nuestras universidades dieron respuesta generosa a las ansias de Conocimiento de centenares de miles de jóvenes estudiantes de nuestro país y de otras partes del mundo. La excelencia de nuestra Educación no se discutía, se admiraba.

Las personas de cualquier edad se manejaban espontáneamente con gran respeto y nivel, constituyendo una “curiosidad” para los visitantes extranjeros provenientes de países muy poderosos.

Entonces la palabra “droga” no tenía, para la mayoría, el significado horroroso que hoy connota.

El tuteo era una práctica restringida, limitada a los grupos de amigos muy jóvenes o que de mutuo acuerdo habían decidido mutar “usted” por “vos”. A mi padre jamás lo he tuteado, ni tampoco a mis abuelos, tíos y tías. Quizás parezca una limitación en el aspecto afectivo, sin embargo yo creo lo opuesto, ya que el actual manoseo del tratamiento ha conducido a la sociedad al debilitamiento de los vínculos entre personas, así como a una confusión de roles que promete mayores y peores consecuencias si no hacemos nada al respecto.

La educación fue atacada de lleno por un grupo de aventureros que, luego de cansar los oídos de sus correligionarios con densos discursos de comité, pudieron al fin convertirse en gobernantes, legisladores y funcionarios después de la última dictadura militar.

Para distanciarse lo más posible de las políticas de sus inmediatos antecesores, decidieron, en completa disonancia con las necesidades del pueblo, destruir todo símbolo de autoridad, votando leyes y ordenanzas que convirtieron las normas de convivencia de los diversos ámbitos de la sociedad en mamarrachos antijurídicos, absolutamente demenciales, propiciadores de toda clase de excesos y extremos que, desgraciadamente, hoy son pan de cada día en nuestro país.

Al desaparecer el principio de la pirámide se mezclaron roles, derechos, obligaciones y responsabilidades, generando un caos que ahora nos pesa y podría significar la desintegración de nuestra sociedad.

Los más jóvenes fueron envenenados en las aulas y desde las mismas trasladaron las nuevas pautas a sus hogares, produciendo enorme confusión en mucho padres, rompiéndose la cadena natural generacional que había mantenido al país dentro de cierta normalidad y orden.

Hijos que se arrogan idénticos derechos a los de sus padres, aun cuando jamás se los hayan ganado;.padres que se corren a un lado y dejan avanzar a sus hijos más allá de los límites normales, son causa directa de la descomposición de la sociedad y la inevitable destrucción de la familia como célula primera de la nación.

La permisividad, inyectada políticamente en la sociedad como nefasta herramienta de destrucción de un estilo de vida, no es sólo “invento” o mérito de aquellos primeros sucesores civiles de la última dictadura, sino de todos quienes fueron haciéndose del poder desde entonces hasta hoy.

Las palabras expresan bastante más de lo que en sí significan. Retratan la condición general de un pueblo. Dejan entrever virtudes y miserias de la sociedad. Por eso nuestros jóvenes hablan tan mal, porque así es como estamos.

Creo que hemos sido manipulados para llegar a este extremo. Pensemos que un pueblo medianamente educado es poco permeable a los engaños y falsas promesas de los dirigentes, mientras que la ignorancia es el estado óptimo deseado para la sociedad por quienes ejercen la política perversamente.

Es verdad que uno de los actuales ministros, muy charlatán y arrogante, de pose autoritaria y conductas sorprendentemente volubles, brinda desde su alta jerarquía los más pésimos ejemplos de educación, pero también es cierto que cada uno de nosotros contamos con una herramienta muy efectiva para taparle la boca a ese mal hablado y a otros como él: el voto.

Cuando debamos cumplir con nuestra obligación y derecho cívico de votar no olvidemos lo que está sucediendo en todo el territorio de nuestro país.

Tengamos presente que somos primeros en las estadísticas mundiales de accidentes de tránsito y que cada día son atacados e incluso asesinados cobardemente ancianos indefensos, mujeres embarazadas, niños y hasta bebés.

Los asentamientos y villas de emergencia se multiplican geométricamente y la inseguridad es una mala palabra que domina nuestras conversaciones cotidianas.

Nada es casual, sino causal. No permitamos que los principales culpables de este calamitoso estado de cosas puedan volver a gobernar nunca más.

Recuperemos el dominio del lenguaje y la dignidad de ser argentinos...

Marta Ofelia Villalba

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