CUANDO MUEREN LAS PALABRAS...
¿Quién no ha visto en TV, por cualquiera de los canales de aire, escenas de la primera versión 2007 de Gran Hermano que se emite por Canal 11 de Buenos Aires...?
Probablemente algunos espectadores apenas miren de soslayo la publicidad de dicho programa que el citado canal pone en pantalla diariamente.
Otros quizás se enteran de las “vicisitudes” del grupo humano encerrado en la casa, a través de los demás canales de TV que se “enganchan” sin pudor alguno al éxito de la competencia.
Y, por supuesto, están los que siguen las instancias del programa viendo las emisiones del mismo que Canal 11 realiza varias veces por día.
Sin olvidar a quienes van por más a través de Internet...
Podría dedicarle un artículo completo a la confusión de identidad que los canales de TV padecen últimamente. O al monopolio mal disimulado que algunas empresas productoras de programas ejercen en la TV local. O a la carencia de creatividad, ingenio y talento de ciertos productores y/o conductores a la hora de captar la atención de los televidentes. Pero, si bien es cierto que no es un tema menor, lo dejaré para más adelante y centraré mi atención en el desarrollo de la idea que le da título a esta nota: CUANDO MUEREN LAS PALABRAS....
La gente joven que a diario se expone públicamente en la casa del Gran Hermano no representa, claro que no, a toda la gama de habitantes de similar edad del país, pero de alguna forma son un espejo de lo que por lo general vemos a nuestro alrededor.
Escuchar las conversaciones de los actuales protagonistas de Gran Hermano es como entrar en un laberinto repleto de falsas salidas, todas idénticas, que no conducen a ninguna parte. En general el vocabulario del que se valen es, para decirlo con suavidad, paupérrimo.
Al respecto choca bastante la asiduidad con que una joven del grupo recurre a la palabra “bolud...” para referirse a su interlocutor o simplemente hilvanar sus balbuceos. A poco de escucharla una siente deseos de meterse por la pantalla y taparle la boca a esa persona con gasas embebidas en desinfectante. Realmente es patética su pobreza expresiva.
Sus compañeros de ambos sexos tampoco le mezquinan a las palabrotas y escucharlos hablar entre ellos es una verdadera tragedia, aunque parezca exagerada mi opinión.
No estoy juzgando a nadie en particular, sino intentando analizar y comprender un fenómeno que va más allá de los chicos del Gran Hermano.
Porque se ha determinado que a mayor cantidad y calidad de signos lingüísticos manejados por un individuo, mejores y más abarcativos serán sus procesos mentales. Dicho de otra manera, quienes aprenden a expresarse sin esfuerzo utilizando un amplio abanico de palabras bien escogidas, evitando reiteraciones y para ello haciendo uso de sinónimos, desarrollan la inteligencia saludablemente y muy por encima del promedio que, desgraciadamente, está provocando un marcado deterioro de la calidad de vida de nuestra sociedad.
Hablar bien no implica rebuscamiento, sino refinamiento, crecimiento intelectual, evolución.
Conformarse con cincuenta o pocas más palabras es como anular de por vida toda posibilidad de ser más y mejor. Es el camino más corto hacia el fracaso personal y colectivo, aunque a veces las apariencias traten de engañarnos.
No nos quedemos cruzados de brazos cuando los funcionarios públicos profieran palabras groseras a través de los medios de comunicación, pues no debemos olvidar que esas personas encaramadas en el poder, de alguna manera por sus altas funciones son referentes de los más jovencitos.
¿Qué ejemplo dan desde “arriba”?
Exijamos, de nuestros gobernantes y dirigentes, educación, no sólo títulos universitarios.
Lo mismo les cabe, sin duda alguna, a los conductores de programas de radio y televisión, que últimamente, salvo honrosas excepciones, en vez de bocas parece que tienen cloacas...
Pensemos, por favor, que cuando mueren las palabras... ¡desaparece toda esperanza de crecimiento, progreso y evolución...!
Leamos más. Regalemos libros. Escribamos, no nos expresemos exclusivamente oralmente. Actuemos con educación. Respetémonos mutuamente. Seamos civilizados. O, de lo contrario, preparémonos para lo peor...
Victoria Noemí Carvallo
© 2007 - Todos los derechos reservados de acuerdo a la Ley 11.723
Probablemente algunos espectadores apenas miren de soslayo la publicidad de dicho programa que el citado canal pone en pantalla diariamente.
Otros quizás se enteran de las “vicisitudes” del grupo humano encerrado en la casa, a través de los demás canales de TV que se “enganchan” sin pudor alguno al éxito de la competencia.
Y, por supuesto, están los que siguen las instancias del programa viendo las emisiones del mismo que Canal 11 realiza varias veces por día.
Sin olvidar a quienes van por más a través de Internet...
Podría dedicarle un artículo completo a la confusión de identidad que los canales de TV padecen últimamente. O al monopolio mal disimulado que algunas empresas productoras de programas ejercen en la TV local. O a la carencia de creatividad, ingenio y talento de ciertos productores y/o conductores a la hora de captar la atención de los televidentes. Pero, si bien es cierto que no es un tema menor, lo dejaré para más adelante y centraré mi atención en el desarrollo de la idea que le da título a esta nota: CUANDO MUEREN LAS PALABRAS....
La gente joven que a diario se expone públicamente en la casa del Gran Hermano no representa, claro que no, a toda la gama de habitantes de similar edad del país, pero de alguna forma son un espejo de lo que por lo general vemos a nuestro alrededor.
Escuchar las conversaciones de los actuales protagonistas de Gran Hermano es como entrar en un laberinto repleto de falsas salidas, todas idénticas, que no conducen a ninguna parte. En general el vocabulario del que se valen es, para decirlo con suavidad, paupérrimo.
Al respecto choca bastante la asiduidad con que una joven del grupo recurre a la palabra “bolud...” para referirse a su interlocutor o simplemente hilvanar sus balbuceos. A poco de escucharla una siente deseos de meterse por la pantalla y taparle la boca a esa persona con gasas embebidas en desinfectante. Realmente es patética su pobreza expresiva.
Sus compañeros de ambos sexos tampoco le mezquinan a las palabrotas y escucharlos hablar entre ellos es una verdadera tragedia, aunque parezca exagerada mi opinión.
No estoy juzgando a nadie en particular, sino intentando analizar y comprender un fenómeno que va más allá de los chicos del Gran Hermano.
Porque se ha determinado que a mayor cantidad y calidad de signos lingüísticos manejados por un individuo, mejores y más abarcativos serán sus procesos mentales. Dicho de otra manera, quienes aprenden a expresarse sin esfuerzo utilizando un amplio abanico de palabras bien escogidas, evitando reiteraciones y para ello haciendo uso de sinónimos, desarrollan la inteligencia saludablemente y muy por encima del promedio que, desgraciadamente, está provocando un marcado deterioro de la calidad de vida de nuestra sociedad.
Hablar bien no implica rebuscamiento, sino refinamiento, crecimiento intelectual, evolución.
Conformarse con cincuenta o pocas más palabras es como anular de por vida toda posibilidad de ser más y mejor. Es el camino más corto hacia el fracaso personal y colectivo, aunque a veces las apariencias traten de engañarnos.
No nos quedemos cruzados de brazos cuando los funcionarios públicos profieran palabras groseras a través de los medios de comunicación, pues no debemos olvidar que esas personas encaramadas en el poder, de alguna manera por sus altas funciones son referentes de los más jovencitos.
¿Qué ejemplo dan desde “arriba”?
Exijamos, de nuestros gobernantes y dirigentes, educación, no sólo títulos universitarios.
Lo mismo les cabe, sin duda alguna, a los conductores de programas de radio y televisión, que últimamente, salvo honrosas excepciones, en vez de bocas parece que tienen cloacas...
Pensemos, por favor, que cuando mueren las palabras... ¡desaparece toda esperanza de crecimiento, progreso y evolución...!
Leamos más. Regalemos libros. Escribamos, no nos expresemos exclusivamente oralmente. Actuemos con educación. Respetémonos mutuamente. Seamos civilizados. O, de lo contrario, preparémonos para lo peor...
Victoria Noemí Carvallo
© 2007 - Todos los derechos reservados de acuerdo a la Ley 11.723
Etiquetas: OPINIONES, REFLEXIONES