sábado, abril 07, 2007

CAMINANDO DE ESPALDAS

A veces el tiempo se contrae peligrosamente sin que nos percatemos. Es como retornar al pasado habitando el momento actual. Se produce una paradoja que algunos no perciben, pero que nos incluye a todos por igual...

Avanzamos, avanzamos sin detenernos, cada vez más velozmente, ansiosa y desesperadamente..., pero lo hacemos en círculos, aunque ante nuestros ojos se muestre una recta directa hacia el horizonte.

Esto nos convierte en el país del “Nunca Jamás”.

La existencia sin sentido y la muerte en vano son inevitables consecuencias de esta manía de caminar de espaldas con la mirada fija en el ayer.

Una suerte de pasado constante que nos limita el presente y contamina el futuro.

Patológica manera de vivir, aunque hablando en criollo... ¡esto no es vida!

No quiero volver a nacer, ya lo he hecho y desde entonces me he preocupado por crecer, aprender, evolucionar, convivir armónicamente con mis hermanos.

Volver a empezar es negar lo vivido y por ende morir en vida.

No me agradan los grandilocuentes “elegidos” que nos proponen destruirlo todo y cavar de nuevo las zanjas para los cimientos. Me despiertan desconfianza y rechazo. Los creo incapaces de continuar con generosidad las obras iniciadas por otros.

Hace falta, mucha falta, sentido común en los planes y decisiones de los dirigentes. Y una pizca, aunque más no fuera, de honestidad. Un acto de sinceridad que nos permitiera equilibrar la balanza de la historia y seguir hacia adelante sin más frenos ni palos en las ruedas.

La inmadurez política no es patrimonio exclusivo de nuestros dirigentes, lo que de algún modo puede servirnos de triste consuelo o arrojarnos a la desesperanza. Continúen leyendo y podrán comprender mejor de qué estamos hablando...

No, lo que verán a continuación no es un artículo escrito por un argentino. No, ni siquiera el autor nos menciona a nuestro país ni a quienes lo habitamos. Es una denuncia, un estallido de indignación de un ciudadano español que ejerce el oficio de periodista en su tierra y no admite el peligroso juego de mutación de roles que se está imponiendo en la España actual. Sin embargo, al leer cada párrafo, nos parece estar viendo una pintura exacta de lo que acontece en nuestro propio suelo. ¿Será porque en todas partes se cuecen habas...?

José Manuel Franc


MEMORIA PENDULAR

Que no, que no me trago esta esquemática historieta de buenos y malos, que no me creo esta canción de ayeres maniqueos, este vuelco retroactivo de roles, este lamento apócrifo de cernudianos caínes sempiternos, este frufrú de tumbas revueltas, este quita y pon de santos laicos en las hornacinas del panteón de ilustres.

Que no. Si no me creí de niño aquel cuento de azules miríficos y rojos malvados, aquellas rancias viñetas de patrias vendidas y salvadores enviados por la Divina Providencia, aquella retórica mediocre y fascistona de amaneceres, camisas nuevas y luceros, no voy a comulgar ahora con el envés edulcorado de esa monserga, con este empeño destemplado y estéril de reescribir a medida el pergamino amarillento de nuestro fracaso colectivo.

Nosotros somos quien somos, escribió Celaya; ni vivimos del pasado, ni damos cuerda al recuerdo.

Si al menos se tratara de estudiar Historia.

Pero a los políticos nunca les interesa del pasado más que el modo de retorcerlo para justificar el presente.

Todo este asunto de la memoria histórica no viene a ser sino un intento de deslegitimar la Transición, con su pacto de reconciliaciones y concordias, para rescatar el viejo dualismo de las dos Españas y sostener en el enfrentamiento de nuestros demonios más profundos un proyecto político revisionista que se presenta como adalid de la ruptura pendiente.

Nos quieren vender la Transición, tan difícil, tan quebradiza, tan finalmente afortunada entre aquella desasosegada zozobra de futuros imperfectos, como una especie de acuerdo vergonzante forzado por el miedo, el ruido de sables y la teoría del mal menor.
Eso se acabó, nos dicen; ahora ha llegado el momento de poner las cosas en su sitio.

Es decir, del revés: con los antiguos malos convertidos en buenos y los buenos en malos. El eterno péndulo en el que se balancean las derrotas de esta vieja nación zarandeada por los prejuicios.

Hace tiempo que la Historia de verdad, la que escriben los sabios, los estudiosos, los expertos, ha pintado de grises el cuadro ensangrentado de la tragedia. Ha contado los muertos, ha hecho inventario de los errores, ha hurgado en las trincheras del odio, ha analizado aquel horror convulso de revoluciones impregnadas de rencor y traiciones disfrazadas de idealismo.

Lo que resulta es un relato descalabrado y cruel de una sociedad surcada por un odio atávico. Nada de lo que tengamos que enorgullecernos, y sí un inmenso océano de vergüenza moral.

Lo habíamos superado. No olvidado, pero sí dejado atrás, desde la convicción de que no servía para construir un futuro.

Ahora nos quieren embellecer a conveniencia esa memoria de enconos para crear con ella el soporte ideológico de una política divisionista. Y lo han logrado en parte: un atizar de muertos, una batalla de esquelas, un memorial de mutuos agravios.

Con lo que había costado mañanar este país de sórdidos ayeres, y ahora nos entretenemos otra vez en la maldita guerra de los abuelos, malcontada por unos nietos irresponsables aficionados a jugar a aprendices de brujo.

Ignacio Camacho

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