INQUIETANTE HISTORIA
Leía, hace pocos años atrás, uno de los matutinos de mayor tirada de la Capital Federal, cuando cierta noticia me puso en alerta. Recordé que mucho tiempo antes me habían contado algo similar, casi idéntico, lo que me llevó a pensar en la posibilidad de una extraña coincidencia o la reiteración periodística de una leyenda arraigada en el imaginario colectivo...
Esta vez los hechos se habían registrado, según el cable de la agencia de noticias, en un barrio de Buenos Aires. Lo que ustedes leerán a continuación es una reconstrucción, apelando a mi memoria, de aquella inquietante historia.
“Funcionarios policiales se están ocupando de investigar la veracidad de un hecho sorprendente denunciado por un joven habitante de esta ciudad.”
Según el relato de este muchacho, durante tres sábados asistió a un club barrial donde se habían organizado bailes de carnaval para las familias. A poco de comenzar la primera reunión vio aparecer, ingresando por una de las dos entradas del salón, a una hermosísima jovencita de tez muy blanca, cabellos castaños y ojos color café. La chica vestía unas telas de gasa que rodeaban su esbelto cuerpo, cual hada de infantil cuento, llevando en su delicado cuello un fino pañuelo de seda azul.
Él quedó hechizado por la muchacha y antes de que otro le ganara de mano la invitó a bailar. La chica, sonriente y muy entusiasmada, aceptó inmediatamente el envite y ambos comenzaron a desplazarse por la pista al ritmo de sus jóvenes corazones.
Esa noche no hubo pieza musical que no bailaran juntos. El muchacho no cabía en sí de contento y al culminar la reunión se ofreció para acompañar a su pareja hasta la casa. La jovencita aceptó de buen grado el ofrecimiento y juntos partieron, caminando, rumbo al domicilio de ella. Sin embargo, antes de arribar a la casa, la muchacha expresó su deseo de caminar sola el último tramo del camino. El joven, luego de preguntarle si el sábado siguiente volverían a encontrarse, se despidió de ella y la dejó ir.
La segunda reunión fue casi idéntica, con el agregado de la emoción compartida por ambos al reencontrarse y volver a juntar sus cuerpos para danzar. El corazón del muchacho latía como jamás antes. Se había enamorado de tan bella jovencita y ella parecía corresponderle.
Varias veces sus labios se rozaron, hasta que por fin se unieron en un beso suave y tembloroso que los transportó al paraíso. Continuaron bailando el resto de la noche, hasta que la velada llegó a su fin. El joven enamorado tomó de la mano a la niña y la acompañó varias cuadras, hasta que se reprodujo la escena del sábado anterior, pues ella pidió seguir sola lo que quedaba hasta su casa.. El muchacho la observó girar en la esquina y luego de unos minutos comenzó a caminar hacia su propio hogar, ansiando que los días pasaran velozmente para volver a encontrarse con su amada.
La tercera reunión, la última organizada por el club de barrio, fue más o menos similar a las precedentes. La joven, con su vestido de gasa tan sutil y el pañuelo de seda azul, hacía estallar de amor el corazón del muchacho. Bailaron y bailaron sin parar, pero ella nunca pareció necesitar descanso o por lo menos beber alguna gaseosa. Ese último detalle, las primeras reuniones casi imperceptible pero ahora más evidente por repetido, produjo cierto desconcierto en el joven, aunque prefirió no hacer ningún comentario.
Al finalizar el baile salieron ambos enamorados a la vereda y caminaron muy lentamente por las calles menos iluminadas, tomándose de las manos y besándose con ternura. Esa noche el muchacho creyó que por fin ella le permitiría acompañarla hasta la casa, pero no fue así. En el mismo lugar donde anteriormente la chica decidiera continuar sola el camino, volvió a repetirse la situación. El muchacho, disimulando su contrariedad, le pidió que por lo menos le asegurara que volverían a verse pronto, a lo que la jovencita respondió con un sonriente “quizás”. Se besaron y ella caminó apurando el andar hasta que sus pasos se perdieron en la noche.
Justo cuando estaba por comenzar el regreso a su propio domicilio, el enamorado sintió la necesidad desbordante de besar nuevamente a su amada. Fue entonces cuando decidió romper el acuerdo y se apuró para alcanzarla.
Casi corriendo llegó a la esquina donde la chica siempre se perdía de su visión y tomó por ese sendero hasta encontrarse de narices con un portón doble de hierro negro que le cortaba el paso. No había otra entrada, ni tampoco ventanas, en ese inmenso paredón sin final.
Miró a ambos lados y no encontró ninguna casa ni otro camino, por lo que entendió que la muchacha había ingresado por el portón. No supo qué hacer, pero al fin pudo más su amor y golpeó las manos varias veces, deseando que ella no se enojara cuando lo viera. Luego de aguardar varios minutos vio venir hacia él a un hombre con una linterna.
Una vez frente a frente esa persona le preguntó: “¿Qué te pasa, pibe? ¿Estás medio alegre o tenés ganas de molestar?”
El muchacho tragó saliva y respondió: “No, señor, no he bebido otra cosa que agua mineral, créame. Lo que pasa es que me he puesto de novio con una chica maravillosa a la que deseo saludar una vez más antes de irme a mi casa. Por favor, avísele que estoy aquí”.
La mirada del hombre se convirtió en hielo. Observó con enojo al muchacho y le dijo: “¿Me estás tomando el pelo? ¿Acaso no sabés que esto es un cementerio?”
El chico sintió un sacudón en el pecho y comenzó a sudar frío. No pudo evitar que un vómito ardiente brotara con fuerza inaudita de su garganta. Luego se puso a llorar desconsoladamente, ante la sorpresa de su interlocutor.
El hombre, que era uno de los cuidadores nocturnos del cementerio, sintió pena por el muchacho y bastante curiosidad, por lo que abriendo una de las hojas del portón dijo: “Bueno, pibe, la verdad es que no sé qué está pasando aquí. Me parece que no mentís, pero todo es muy raro. Pasá, si querés, pasá y te acompaño a buscar por vos mismo para que te convenzas de tu error”.
El muchacho agradeció y entró con el cuidador. Al escuchar el sonido del portón al cerrarse tuvo un feo presentimiento.
Caminaron juntos unos pocos metros y, allí enfrente, iluminado por la linterna del cuidador, un finísimo pañuelo de seda azul se movía mecido por la brisa mañanera. Estaba flojamente atado alrededor de la cruz de mármol de una antigua tumba. En una placa de bronce sin brillo podía leerse: “Aquí yace quien en vida fuera mi hija muy amada, que Dios llevó de este mundo muy tempranamente sin que ella conociera el amor de ningún otro hombre. Descanse en Paz”
Algo estalló en la cabeza del muchacho y necesitó que el cuidador lo acompañara hasta el portón. Se saludaron y el joven estuvo caminando sin rumbo por más de dos horas, hasta que decidió entrar en una comisaría y efectuar la denuncia del caso, quizás con la esperanza de que todo ese espanto no fuera más que una confusión.
Jamás, ni en la historia publicada ni en la anterior que había yo escuchado, hubo explicación oficial de tan misterioso hecho...
ModuS
© 2006 ModuS ScientiA
Esta vez los hechos se habían registrado, según el cable de la agencia de noticias, en un barrio de Buenos Aires. Lo que ustedes leerán a continuación es una reconstrucción, apelando a mi memoria, de aquella inquietante historia.
“Funcionarios policiales se están ocupando de investigar la veracidad de un hecho sorprendente denunciado por un joven habitante de esta ciudad.”
Según el relato de este muchacho, durante tres sábados asistió a un club barrial donde se habían organizado bailes de carnaval para las familias. A poco de comenzar la primera reunión vio aparecer, ingresando por una de las dos entradas del salón, a una hermosísima jovencita de tez muy blanca, cabellos castaños y ojos color café. La chica vestía unas telas de gasa que rodeaban su esbelto cuerpo, cual hada de infantil cuento, llevando en su delicado cuello un fino pañuelo de seda azul.
Él quedó hechizado por la muchacha y antes de que otro le ganara de mano la invitó a bailar. La chica, sonriente y muy entusiasmada, aceptó inmediatamente el envite y ambos comenzaron a desplazarse por la pista al ritmo de sus jóvenes corazones.
Esa noche no hubo pieza musical que no bailaran juntos. El muchacho no cabía en sí de contento y al culminar la reunión se ofreció para acompañar a su pareja hasta la casa. La jovencita aceptó de buen grado el ofrecimiento y juntos partieron, caminando, rumbo al domicilio de ella. Sin embargo, antes de arribar a la casa, la muchacha expresó su deseo de caminar sola el último tramo del camino. El joven, luego de preguntarle si el sábado siguiente volverían a encontrarse, se despidió de ella y la dejó ir.
La segunda reunión fue casi idéntica, con el agregado de la emoción compartida por ambos al reencontrarse y volver a juntar sus cuerpos para danzar. El corazón del muchacho latía como jamás antes. Se había enamorado de tan bella jovencita y ella parecía corresponderle.
Varias veces sus labios se rozaron, hasta que por fin se unieron en un beso suave y tembloroso que los transportó al paraíso. Continuaron bailando el resto de la noche, hasta que la velada llegó a su fin. El joven enamorado tomó de la mano a la niña y la acompañó varias cuadras, hasta que se reprodujo la escena del sábado anterior, pues ella pidió seguir sola lo que quedaba hasta su casa.. El muchacho la observó girar en la esquina y luego de unos minutos comenzó a caminar hacia su propio hogar, ansiando que los días pasaran velozmente para volver a encontrarse con su amada.
La tercera reunión, la última organizada por el club de barrio, fue más o menos similar a las precedentes. La joven, con su vestido de gasa tan sutil y el pañuelo de seda azul, hacía estallar de amor el corazón del muchacho. Bailaron y bailaron sin parar, pero ella nunca pareció necesitar descanso o por lo menos beber alguna gaseosa. Ese último detalle, las primeras reuniones casi imperceptible pero ahora más evidente por repetido, produjo cierto desconcierto en el joven, aunque prefirió no hacer ningún comentario.
Al finalizar el baile salieron ambos enamorados a la vereda y caminaron muy lentamente por las calles menos iluminadas, tomándose de las manos y besándose con ternura. Esa noche el muchacho creyó que por fin ella le permitiría acompañarla hasta la casa, pero no fue así. En el mismo lugar donde anteriormente la chica decidiera continuar sola el camino, volvió a repetirse la situación. El muchacho, disimulando su contrariedad, le pidió que por lo menos le asegurara que volverían a verse pronto, a lo que la jovencita respondió con un sonriente “quizás”. Se besaron y ella caminó apurando el andar hasta que sus pasos se perdieron en la noche.
Justo cuando estaba por comenzar el regreso a su propio domicilio, el enamorado sintió la necesidad desbordante de besar nuevamente a su amada. Fue entonces cuando decidió romper el acuerdo y se apuró para alcanzarla.
Casi corriendo llegó a la esquina donde la chica siempre se perdía de su visión y tomó por ese sendero hasta encontrarse de narices con un portón doble de hierro negro que le cortaba el paso. No había otra entrada, ni tampoco ventanas, en ese inmenso paredón sin final.
Miró a ambos lados y no encontró ninguna casa ni otro camino, por lo que entendió que la muchacha había ingresado por el portón. No supo qué hacer, pero al fin pudo más su amor y golpeó las manos varias veces, deseando que ella no se enojara cuando lo viera. Luego de aguardar varios minutos vio venir hacia él a un hombre con una linterna.
Una vez frente a frente esa persona le preguntó: “¿Qué te pasa, pibe? ¿Estás medio alegre o tenés ganas de molestar?”
El muchacho tragó saliva y respondió: “No, señor, no he bebido otra cosa que agua mineral, créame. Lo que pasa es que me he puesto de novio con una chica maravillosa a la que deseo saludar una vez más antes de irme a mi casa. Por favor, avísele que estoy aquí”.
La mirada del hombre se convirtió en hielo. Observó con enojo al muchacho y le dijo: “¿Me estás tomando el pelo? ¿Acaso no sabés que esto es un cementerio?”
El chico sintió un sacudón en el pecho y comenzó a sudar frío. No pudo evitar que un vómito ardiente brotara con fuerza inaudita de su garganta. Luego se puso a llorar desconsoladamente, ante la sorpresa de su interlocutor.
El hombre, que era uno de los cuidadores nocturnos del cementerio, sintió pena por el muchacho y bastante curiosidad, por lo que abriendo una de las hojas del portón dijo: “Bueno, pibe, la verdad es que no sé qué está pasando aquí. Me parece que no mentís, pero todo es muy raro. Pasá, si querés, pasá y te acompaño a buscar por vos mismo para que te convenzas de tu error”.
El muchacho agradeció y entró con el cuidador. Al escuchar el sonido del portón al cerrarse tuvo un feo presentimiento.
Caminaron juntos unos pocos metros y, allí enfrente, iluminado por la linterna del cuidador, un finísimo pañuelo de seda azul se movía mecido por la brisa mañanera. Estaba flojamente atado alrededor de la cruz de mármol de una antigua tumba. En una placa de bronce sin brillo podía leerse: “Aquí yace quien en vida fuera mi hija muy amada, que Dios llevó de este mundo muy tempranamente sin que ella conociera el amor de ningún otro hombre. Descanse en Paz”
Algo estalló en la cabeza del muchacho y necesitó que el cuidador lo acompañara hasta el portón. Se saludaron y el joven estuvo caminando sin rumbo por más de dos horas, hasta que decidió entrar en una comisaría y efectuar la denuncia del caso, quizás con la esperanza de que todo ese espanto no fuera más que una confusión.
Jamás, ni en la historia publicada ni en la anterior que había yo escuchado, hubo explicación oficial de tan misterioso hecho...
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Etiquetas: HISTORIAS REALES, MISTERIOS